Por: Sara Lucía Caicedo Luna y Diana María Vélez Salinas
Un pueblo llamado Lleras
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En el pueblito Puerto Lleras, lejano de cualquier ciudad relevante y recientemente fundado a nombre del expresidente Lleras Camargo, pocas embarcaciones atracaban durante la semana. Ahí vivió mi viejo, don Manuel Antonio Zea Díaz, en su niñez, cuando su papá, mi abuelo, era capataz de un hacendado muy importante de la región.
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Mi viejo siempre fue muy alegre, extrovertido y nos contaba historias de su juventud, pero cuando trataba de indagar más sobre Puerto Lleras y sus experiencias en aquel lugar veía totalmente como le cambiaba la cara. Solo sabía, por mi mamá, que él había llegado de allá a la capital para trabajar como carguero en Corabastos, oficio con el cual pudo pagar sus estudios en administración de empresas.
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Un día lo vi llegar del trabajo con la cara pálida y sudada. Asustado
por él, le pregunté qué sucedía pero era como hablar con un niño
que solo balbuceaba, así que le di un vaso de agua y lo ayudé a
sentarse. Cuando se calmó y pudo articular palabras completas
me dijo: “Creo que es hora de contarte la historia”.
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Aún cuando podía inferir que la razón por la cual mi padre tuvo que
venirse solo de por allá, un pueblo súper lejano era porque se había
quedado huérfano; nunca pensé que mi abuelo había sido asesinado.
Esto habría ocurrido en el tiempo en que existía el Frente Nacional, cuando
no había lugar para ideas más allá de los dos partidos tradicionales. Mi padre nunca
supo las razones por las que mataron a mi abuelo ni a qué grupo armado pertenecía el matón. Él se había encontrado cara a cara con él en el bus de regreso a casa.
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Esa misma noche, alrededor de las 11:00 p.m. la Policía Nacional se llevó a mi viejo. El número de reporte ante la fiscalía fue 6648665.
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Juan David Vélez