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Nukak

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—¿De verdad los viste? —preguntó Nukak.
—Te lo prometo, tenían pulgares como nosotros y poco pelaje de distintos colores. Algunos contaban con gigantes patas capaces de arrancar la tierra. Otros, tenían inclusive una larga,  ruidosa y alada garra capaz de destruir nuestros árboles. Dicen que la semana pasada derribaron la casa del sabio Náhuatl. 
—De verdad que son... ¡Aterradores! —respondió Amarú a su hermano Nukak con una mezcla de terror y asombro, mucho más terror que asombro.
—Hay algo de tu relato que no me cuadra Amarú ¿Cómo es posible que aquellos animales destruyan su propia tierra? No creo que alguno de nosotros tenga motivos para arremeter contra nuestro hogar.

 

—Tienes razón, no tienen motivos —respondió Nukak

con desaliento—. No son animales.
—Pero Náhuatl decía que lo son, él los veía como parte

de nuestra gran familia, habitantes de nuestra Maloca,

la casa común —respondió Nukak con aires de esperanza.

Amarú llenó su rostro de resentimiento y agregó con

enojo—. Náhuatl confío en ellos y mira donde está ahora.

Voy a decirle a Makú el gitano que los ví cerca, estos seres

no son de fiar.

​

Makú era un Cóndor viejo, tenía un solo ojo y algunos

decían que estaba loco. Habían muchas versiones sobre

su origen, unos afirmaban que la explotación minera de los

Andes lo habían sacado despavorido, otros decían que era

un viejo loco interesado en conocer Guacamayas de la

amazonía. Tal vez por eso había volado hasta el Apaporis,

el hogar de los hermanos Nukak y Amarú.

​

Cuando el par de monos araña le contaron a Makú lo sucedido, este, con lágrimas en los ojos, ordenó la evacuación de toda la aldea.

​

—¿Por qué? —preguntó Nukak.
—Aquellos seres vistos por Amarú son humanos —dijo Makú—. Los humanos hace mucho tiempo dejaron de ser nuestros amigos, ya no viven en la Maloca. Ahora la destruyen.

​

Nukak no lograba comprender, él ya había llegado a verlos, veía sus pulgares y lo único que hacía era pensar en cuán parecidos eran. Nukak sentía que también eran animales y se resistía a creer lo que Makú decía, al final era un viejo desvariado para él.

​

—Ver para creer —dijo Nukak.

​

Todos sus amigos habían abandonado la aldea menos él. Cuando llegaron los humanos, decidió encontrarlos frente a frente, quería preguntarles y conocerlos para ver si era lo que decían.

​

Al principio se acercó tímido, pero los humanos hicieron sonidos agradables que lo atraían. Le ofrecieron comida y jugaron con él. Sin embargo, la dicha duró poco, pues uno de la manada se aprovechó de que estaba distraído para meterlo en una celda demasiado pequeña para él. Una vez encerrado, vio como estos humanos centraron nuevamente su atención en los árboles. 

​

Nukak presenció cómo los ex habitantes de la Maloca usaron sus largas y estruendosas garras para cortar toda su aldea. Fue cuando cayó su casa, el lugar donde mamá le enseñó a trepar junto a su hermano, que comprendió lo que Makú había dicho. Los humanos no eran sus amigos, ni siquiera querían serlo.  Encerrado en una jaula Nukak concluyó que los humanos son amigos de los bosques sin árboles y de los monos sin su hermanos.

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Juan David Rengifo

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Cóndor de los Andes

El siguiente video podrás conocer sobre el gran cóndor de los Andes, su tamaño y todas sus características.

Tomado de YouTube Daniel Alejandro, 13 de junio, 2016.

Deforestación

Según cifras del Ministerio de Ambiente, en 2019 se perdieron 435 hectáreas por día, lo equivalente a 400 de canchas de fútbol; unas 18 hectáreas cada hora, es decir 18 estadios como El Campín, y un parque de barrio por minuto.

Tomado de YouTube Noticias Caracol, 14 de febrero, 2020.

En la siguiente página web podrás leer más sobre esta problemática

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