Por: Sara Lucía Caicedo Luna y Diana María Vélez Salinas
Los guardianes de la semilla
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Hace muchos años cuando en la tierra reinaba el caos y la vida no existía, el dios Muisca Chiminigagua llenó el caos con luz, creando aves gigantes y negras que escupían fuego mientras que moldeaban el mundo, dando vida luego al sol y la luna como centinelas que admiran su creación perpetuamente. Pero se dio cuenta de que esta no podía solo surgir del fuego, sino que era necesario un elemento que equilibrara el arder de la tierra, envió así un ejército de caballos que llenaron las montañas y llanuras con agua, creando el complemento ideal, los mares, ríos y lagunas.
Pero Chiminigagua decidió guardar en un rincón especial del mundo aquella semilla que podía apagar el ardor de la tierra y dar vida, creando así los páramos a más de 3500 km
sobre el nivel del mar. Un lugar donde solo un verdadero observador
pudiera comprender la magnitud de la creación, por eso este
honor solo podía ser contemplado en su completo esplendor
por los Muisca, creando así el páramo más grande del mundo,
en Sumapaz Colombia.
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Y con él sus centinelas perpetuos, pequeños gigantes,
seres robustos que crecen solo un centímetro por año,
pero que pueden vivir más de cien. Con ojos en todas
direcciones para estar alerta de aquellos que los quieren
dañar y con grandes puntas verdes que recogen espejismos
de neblina para convertirlos en agua y resguardarlos como semillas
de vida. A estos seres decidió llamarlos frailejones.
Natalia Jaramillo