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La última brigada

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Era 7 de diciembre del 2008, me desperté muy temprano, ya que la brigada partía a las 7:00 a.m. Hice mi  desayuno y el de mi esposa, mientras ella se bañaba. Luego me preparé; estaba muy nervioso, sería  la primera vez que me uniría al ICBF.  

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—Te irá muy bien —me sorprendió mi esposa, ya saliendo lista con su uniforme y hermosa como  siempre—. Eres el psicólogo más calificado para este trabajo, además, amas a los niños.

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Me  sonrió y pude notar en sus ojos que estaba feliz por mí, porque trabajaríamos juntos. Le di un beso y empecé a comer, ella es una doctora bastante calificada, trabaja en el hospital San Rafael de 

San Vicente y afortunadamente también va a ir a la misión médica del ICBF conmigo, tiene mucha experiencia y eso me tranquiliza.  

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Nos terminamos de preparar y nos reunimos con el resto del equipo, en total eran cuatro carros para  dividirnos con profesionales médicos, nutricionistas, pedagogos y yo.  

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—La nutricionista, el pedagogo y el psicólogo partirán en el primer carro, necesito que lleguen  antes —exclamó con una voz autoritaria la gerente del hospital, Gilma Espinosa. 

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Me acerqué  a ella discretamente, mientras cargaban los carros con suministros y los doctores debatían cómo  se iban a acomodar.  

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—¿Puedo ir con la doctora Victoria? —le pregunté a la gerente. Ella volteó a mirarme, tenía una  mirada autoritaria que compensaba a su baja estatura.  
—¿Quién eres? —preguntó. 
—Soy Antonio, el nuevo psicólogo de la brigada, mucho gusto —le sonreí, pero no me devolvió  la sonrisa.  
—Eres el esposo de Victoria, ella te recomendó —movió la cabeza como si entendiera—. Pero no,  no pueden ir juntos, tú vas en el primer carro y ella va con el resto del equipo médico en los  siguientes, es cuestión de organización.  

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Y volteó a caminar hacia los carros, lo que me dio a entender que quedaba finalizada la charla. Me  acerqué a Victoria y la abracé por detrás, ella siempre me hacía sentir mejor cuando estaba nervioso.  

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—Será un largo viaje hasta Campo Hermoso.  
—Lo sé, pero la vista es espectacular —me animó—. Nos vemos allá, cuidate. 
—Cuídame tú —ella sonrió y me dio un ligero beso. El pedagogo me hizo señas, así que sabía que ya partíamos.  

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Me subí al carro, tenía el logo de la Misión Médica,

lo cual me hacía sentir importante. Era la primera  

vez en 6 años de ser psicólogo que me unía a una

brigada, así que tenía muchas expectativas. 

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—Soy Lina, la nutricionista —me extendió la mano

una joven de unos 23 años, pelirroja y con unos  

hermosos ojos color miel. Le devolví el saludo. 
—Mi nombre es Antonio, Antonio Lopez, soy psicólogo.  

—Eres el nuevo, me han hablado muy bien de ti, nos vamos a divertir mucho, ya verás.  

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Empezamos el recorrido hacía Campo Hermoso, tenía unos paisajes bastantes lindos, el pedagogo  iba adelante con el conductor, y la nutricionista y yo íbamos en la parte de atrás.

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—Te ves bastante joven —exclamó Lina, a lo que yo 
me sorprendí porque pensé que venía dormida—. ¿Cuántos años tienes?  
—28 —murmuré mientras miraba la ventana. Sí, era muy joven, me gradué con honores a  los 22 años, de la Universidad Nacional. Pero nunca había podido hacer lo que realmente me gusta, que es el trabajo de campo. Hasta que conocí a Victoria, ella me mostró en un plazo de 2 años lo importante que es trabajar con personas que necesiten de ti y que no tengan las  posibilidades o los recursos para lograrlo, por eso decidí unirme a la brigada de la Misión  Médica, y ella afortunadamente me ayudó a entrar. 

—¿Cuánto llevas de casado con la doctora Ruiz? —siguió preguntando.  
—6 meses —la voltee a mirar, ella atentamente me estaba examinando, tiene facciones muy  delicadas y es bastante delgada, se ve que es muy deportista.  
—Recién casados —sonrió, dientes muy blancos y relucientes, se cuida mucho la imagen. Le brindé una pequeña sonrisa y volví a mirar hacia la ventana.

 

Ya estábamos por el sector del  Campo de Guamo—. Esta es mi segunda brigada ¿Estás nervioso de lo que podamos  encontrar?

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Suspiré, este sería un largo viaje.  

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Mientras Antonio iba en el primer carro con una hermosa, joven y delgada nutricionista, yo tenía que conformarme con cuatro doctores de avanzada edad en el carro. Charlando sobre el último partido de fútbol de la Copa Mustang. Debatiendo si ganaría el Medellín o el Boyacá, aunque otro se dedicaba a repetir que ganaría el América. Solo me dediqué a ver la ventana mientras ellos vociferaban y hacían apuestas sobre eso.   

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—Victoria, tú quién crees que gane —exclamó Guillermo, uno de los mejores doctores del hospital  San Rafael.  
—No veo fútbol —les dediqué una sonrisa de disculpa y volví a mirar la ventana.  

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Si estuviera en este viaje con Antonio, todo sería diferente, probablemente hablaríamos de las  posibilidades de tener un bebé, él es muy bueno con los niños, y creo que hoy sería el día perfecto  para decirle que estoy esperando un nuestro primer hijo o hija.  

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Mientras pensaba en cómo decírselo, todo en mi vida cambió. Vi el primer carro de la caravana 

explotar y saltar. Grité y nuestro carro frenó en seco. El carro de Antonio salió de la vía, y vi como caía por un abismo. Intenté salir del carro pero no podía agarrar bien la manija, estaba temblando. Los otros doctores salieron a mirar lo que había pasado, pero uno gritó que era una zona bastante peligrosa y  que no podíamos pasar.  

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Logré salir del carro y empecé a correr hacia el lugar, sin importarme los gritos de los demás diciendo  que
parara. Vi el carro de Antonio a unos 50 metros abajo del abismo. No lo pensé dos veces y empecé  a descender, pero era casi imposible. Me devolví y empecé a llorar. Llorar porque no sabía qué hacer, llorar porque Antonio estaba en ese carro, y si pudiera llegar a él, podría ayudarlo y hasta salvarlo. 

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Mientras me encontraba desolada mirando el precipicio, vi un hombre abajo. No lo pensé dos veces y empecé a descender creyendo que era Antonio. Resbalé y caí, lo que me hizo rodar cuesta abajo hasta 

llegar a los pies de un hombre que lamentablemente no era Antonio.  

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Me senté y en ese momento vi el gran arma que llevaba en su brazo, justo al lado de mi cara. Decidí  no mirarlo a la cara por prevención, solo miré sus botas y su uniforme camuflado y empecé a llorar. 

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—No me mate, por favor —lloré.  

—No lo haré, levántese —me ordenó de manera tosca. Me levanté, estaba completamente sucia y temblando pero no podía controlarlo.  

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Vi el carro completamente destruido unos metros más abajo, y empecé a llorar de nuevo. Iba a caminar pero no me respondieron las piernas y volví a caer, el sujeto me levantó de un tirón.  

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—Nadie sobrevivió, lo siento mucho —lo voltee a mirar a los ojos. El sujeto es un hombre de  aproximadamente 40 años, con un aspecto muy descuidado, una barba larga, vestía uniforme,  y pude notar que en su brazo derecho decía FARC- EP.  
—Usted los mató, íbamos de parte del ICBF y usted acaba de asesinar personas inocentes —le  grité 
—Fue un error, lamentó el accidente, soy Alfonso Cano, el jefe de las FARC —volteó, empezó a caminar hacia otro lado. No quise decirle nada, no sabía qué hacer en ese momento. Intenté  dar otro paso pero no podía caminar. Me dolía cada parte de mi cuerpo.

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Esperé unos minutos que parecieron una eternidad, no supe cuanto tiempo demoré en componerme. Cuando pude volver a caminar, me dirigí hacia el carro. Cuando vi la escena, supe que no había ningún sobreviviente. El carro estaba completamente aplastado, había mucha sangre y olor a gasolina. Me acerqué un poco más y vi a Antonio, estaba a un lado del carro, con muchas esquirlas en su rostro.  

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—Amor —empecé a llorar otra vez mientras me arrodillaba a su lado. Escuché el sonido de las  sirenas, por lo que no pude calcular cuánto tiempo había transcurrido.  

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Sentí que se movió, fue un leve movimiento pero lo percibí. Así que agarré su mano y no pude percibir  su pulso, en su cuello todavía tenía.  

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—Antonio —le hablé más duro. Le repetí su nombre tres veces y abrió los ojos. Estaba vivo y con  respuesta ocular, todavía tenía la esperanza.  
—Antonio, soy yo, Victoria, aprietame la mano por favor —cerró los ojos otra vez. Podía sentir su tórax muy inestable y su respiración ya era errática. Recé por que llegaran los  paramédicos, pero no había signos de que se estuvieran acercando. Volvió a abrir los ojos y esta vez me miró directamente.  

—Estoy embarazada —le dije, mis lágrimas caían en su rostro.  

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Sonrió y cerró los ojos, su respiración se detuvo, al igual que su pulso.

 

Gabriela Cuarán 

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Un día en una brigada

En el siguiente video podrás encontrar un reportaje sobre cómo es un día en entero en una brigada.

Tomado de YouTube Dr Willian Guerrero, 1ro de diciembre, 2020.

En la siguiente página web podrás leer acerca de las brigadas en Colombia 

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