Por: Sara Lucía Caicedo Luna y Diana María Vélez Salinas
Conociendo al rey gatuno
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Había una vez un hermoso gato llamado Sebastían que dedicaba cada una de sus siete vidas a viajar por los mundos en busca de los restos históricos que dieran cuenta de la grandeza de su raza gatuna. En uno de sus viajes por la galaxia escuchó hablar de que en el planeta Tierra había una hermosa ciudad de fuertes vientos y altas temperaturas, con olor a caña y pandebono, donde su gente es amable y rumbera, le contaron que ahí había una escultura de un rey gatuno y sus pretendientes.
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Sebastían no lo pensó dos veces e inmediatamente emprendió su viaje con destino a esas tierras lejanas, de nombre Cali. Después de mucho tiempo logró aterrizar, pero le faltaba mucho recorrido aún para lograr ver a los famosos gatos… En el camino fue viendo la gente de Cali, y no faltaba quien paraba su recorrido para mimarlo e incluso alimentarlo. Vio un cielo azul y un sol picante, un cielo lleno de pájaros de colores vivos y aprovechó para pedirle indicaciones a uno amarillo y negro.
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—Disculpe señor pájaro, estoy buscando cómo llegar a las esculturas gatunas de esta ciudad.
—¡Q’hubo ve! Mi nombre es bichofué y si lo que estás buscando es el gato de Tejada y sus novias, seguí el río... Eso no tiene pierde.
—Gracias, señor bichofué.
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Sebastián siguió su camino maravillado ante la belleza
de la ciudad y su gente, pasó por una plazoleta muy
grande en la que vio una trompeta gigante y al pasar
debajo de estas se dio cuenta de que sonaba una melodía
guapachosa en honor a la ciudad, le dieron ganas de
quedarse bailando. Sin embargo, siguió caminando al
son contagioso y a lo lejos pudo distinguir que las enormes
trompetas formaban la palabra “Niche”, confundido pero feliz Sebastián siguió su camino sin saber lo cerca que estaba de su destino. Después de otro rato de camino distinguió frente a él unas esbeltas y coloridas figuras al lado del río, tal como le había indicado su amigo bichofué.
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Se acercó a ellas y pudo ver lo bellas y variadas que eran, desde ahí pudo contemplar un atardecer entre naranja y rosa. Se enamoró de la ciudad, de su gente, de los atardeceres calurosos y llenos de color… Tanto que decidió quedarse para seguir viéndolos.
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Fiona Jaramillo