Por: Sara Lucía Caicedo Luna y Diana María Vélez Salinas
Pilín y su isla
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Había una vez un increíble sapito que era querido por todos en su isla, lo llamaban Pilín y era muy travieso, le encantaba hacer fiestas e invitar a todos sus vecinos. La isla se llamaba San Andresín era muy fiestera y pequeñita, por ende, todos podían asistir a las increíbles fiestas que él realizaba.
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En San Andresín les encantaba la música reggae y Pilín era el mejor bailarín. Salía a bailar con todas las nenas de la isla y demostraba en la pista sus mejores pasos, además que el ambiente playero siempre había sido su favorito. Así eran todas las noches, de rumba y alcohol, donde su licor favorito era el coco loco y él disfrutaba su vida loca. En el día Pilín se dedicaba a la pesca y le encantaba aventurarse con sus compañeros de trabajo hacia las profundidades del mar, donde podía disfrutar de todas sus especies marinas. Le encantaba interactuar con los peces, los tiburones y los delfines, debido a que San Andresín era una isla llena de especies hermosas.
Cuando terminaba su larga jornada, Pilín llegaba a su casa donde lo esperaba su madre, con su plato favorito, unos deliciosos mariscos y ceviche. Él era feliz al llegar, para poder compartir junto a su madre y comer, mientras hablaban de sus días.
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Pero Pilín le mintió en un detalle, su madre estaba convencida de que su jornada laboral terminaba a las seis de la tarde. Pero no, Pilín se iba a nadar y a bucear con sus amigos cuando terminaba su jornada
laboral, que en realidad era a las cuatro de la tarde.
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El día viernes Pilín se dirigió a su trabajo como siempre y a las cuatro se desplazó al mar, pero a una zona riesgosa para realizar su buceo. Pilín sufrió un grave accidente y al caer al agua se golpeó con una de las rocas del mar. Tuvo heridas en la cabeza, en sus piernas y en sus manos. Lo llevaron al hospital inmediatamente y su madre, que no sabía de sus actividades, llegó muy preocupada y enojada al hospital. Pilín sufrió un trauma y no pudo volver a realizar sus actividades habituales, no pudo volver a bailar por un largo tiempo y mucho menos bucear o pescar.
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Pilín comprendió la importancia de no mentir sobre lo que realiza en su día a día y mucho menos a su madre. Aprendió que debe ser cuidadoso de dónde practica actividades extremas y de no volver a exponer su vida de esa manera. Pilín dejó de realizar sus fiestas y al contrario empezó a compartir más tiempo con su madre. De vez en cuando salía a caminar por las hermosas playas blancas y cristalinas de San Andresín a reflexionar sobre lo hermosa que es la vida y agradecer que seguía existiendo en este mundo.
Katherine Rojas
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