Por: Sara Lucía Caicedo Luna y Diana María Vélez Salinas
Panadería rellena de dichos
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Era temprano por la mañana, los rayos del sol ya se encontraban por todo el pueblo y las personas comenzaban a iniciar sus rutinas. Ya siendo las siete, Doña Graciela, puntual como siempre, salió de su casa con su carrito de ventas lleno de sus deliciosos productos de la panadería rellenos con dichos, lista para realizar otro día de ventas. En esta ocasión ella recorrería su ruta habitual, atravesando el centro en línea recta, con una parada especial en la casa de la familia Holguín donde le habían hecho un encargo. Así comenzó a andar y en poco tiempo ya se encontraba por la calle principal.
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—Buenos días Doña Graciela.
—Buenos días Don Pacho, ¿le gustaría algo hoy?
—Pues la verdad es que últimamente he estado teniendo dolores de cabeza con Julio, ya no sé qué hacer con ese muchacho.
—Mmmm, pues yo aquí tengo unos buenos buñuelos recién hechos rellenos de unos “no me abra los ojos que no le voy a echar gotas”, muy efectivos, a las madres no les falla.
—Pues en ese caso le voy a comprar dos mi Doña.
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Y así Doña Graciela continuó su recorrido haciendo diversas ventas, le dio unos pandebonos con “hablas hasta por los codos” a una madre que necesitaba enseñarles a sus hijos a respetar la palabra. Un pan de maíz con el habitual “a palabras necias, oídos sordos” para Marina que se encontraba trabajando en el autocuidado de su paz mental. Incluso unas masas de hojaldre con un fuerte “búsqueme y verá que me encuentra” para un joven que quería dejarle muy claro a un compañero de su clase que él no se la iba a dejar montar.
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Finalmente, Doña Graciela llegó a la casa de los Holguín y luego de un par de golpes esta se abrió. En la entrada apareció la señora de la casa, se mostraba ansiosa, había estado esperando parada al lado de la puerta desde hace un rato.
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—Muy buenos días María José.
—Buenos días Graciela, ¿tienes mi pedido?
—Por supuesto que sí mi señora aquí lo tengo, dos docenas de almojábanas rellenas con “él colgó los guayos”
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María José agarró su pedido y dio un débil
agradecimiento, vio a Doña Graciela dar media
vuelta y alejarse un rato hasta que con un
suspiro volvió adentro, yendo directo a la
cocina para servir las almojábanas junto
con un buen tinto para que todos los que
se encontraban en el velorio pudieran
pasar el bocado amargo de aceptar la
muerte de su querido Miguel.
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Juliana Ochoa